29/10/2020
LocalizaciónCOVID-19: protocolos y empresas. Cómo afrontar una pandemia con ayuda de la localización
La propagación de la pandemia de COVID-19, y las consiguientes recomendaciones publicadas por la OMS, las autoridades sanitarias y los servicios públicos de los países afectados, ha generado un enorme volumen de contenidos visuales y escritos. Desde documentos de asesoramiento emitidos por los gobiernos hasta cursos de aprendizaje electrónico de empresas —formación para empleados sobre prácticas seguras— pasando por protocolos para los profesionales sanitarios, ¿cómo se maneja esta información en distintas lenguas?
Cursos dirigidos a profesionales sanitarios, protocolos nuevos para los trabajos que no pueden desempeñarse virtualmente, códigos de conducta nuevos para el personal que tiene que trabajar, sí o sí, en las oficinas de su empresa, más todas las comunicaciones relacionadas con los conocimientos y los descubrimientos nuevos, así como información acerca de cómo prevenir la propagación del virus: durante la pandemia se está produciendo un intercambio de grandes volúmenes de palabras, y la creación de gran cantidad de contenidos visuales y multimedia, entre distintas partes y posiblemente (idealmente) se están traduciendo y localizando como parte del proceso.
Utilizando el título de un artículo publicado recientemente, la COVID-19 representa el mayor reto de traducción de la historia: como hemos dicho tantas veces, «el inglés es el idioma internacional por excelencia […], porque puede que sea la primera lengua de trescientos ochenta millones de personas, pero también es la segunda lengua (o una segunda lengua) de más de mil millones de personas, que la utilizan, fundamentalmente, para comunicarse con otros usuarios para quienes también es una segunda lengua y con quienes no comparten un perfil lingüístico ni cultural». (Clyne et al., 2008).
Según Gretchen McCulloch, la autora del citado artículo, «si queremos evitar que una pandemia se propague y llegue a todos los seres humanos del planeta, esta información también tiene que llegar a todos los seres humanos del planeta, y esto pasa por traducir los anuncios de interés público relativos a la COVID-19 a todas las lenguas que sea posible, de modos precisos y apropiados culturalmente». McCulloch señala que «es fácil pasar por alto la importancia del idioma para la salud si uno se mueve en el entorno angloparlante de internet, donde ante una duda como: «¿debo preocuparme por este dolor de cabeza?» basta con hacer una búsqueda en WebMD o consultar un artículo de la Wikipedia.» Sin embargo, existe un porcentaje de la población mundial, más de la mitad, que no podrán buscar sus síntomas en Google ni su médico les podrá dar, necesariamente, un folleto explicativo sobre su diagnóstico, ya que no están disponibles en una lengua que puedan entender».
Parece que no es una carencia exclusiva de la COVID-19. Wuqu’Kawoq, una organización sin ánimo de lucro que trabaja en Guatemala y que ofrece ayuda sanitaria en lenguas mayas, tuvo que inventar un nombre para la diabetes en la lengua maya de Kaqchikel con el fin de brindar asesoramiento sobre la enfermedad, mediante consultas con profesionales médicos. El término que pensaron fue kab’kïk’el, que literalmente significa «sangre dulce». Este no es más que uno de los innumerables proyectos de traducción de este tipo que se ponen en marcha en todo el mundo, relacionados con lenguas de la India, Australia o Camerún, entre otros países.
En entornos más cercanos, la BBC anunció este verano que en el Reino Unido hacían falta traducciones de guías sobre el coronavirus. Aunque la información sobre salud pública se tradujo a, o se localizó en, veinticinco lenguas, fue un número de lenguas limitado teniendo en cuenta la composición multicultural de la población. En algunos casos costaba semanas traducir y localizar materiales multimedia cuando las normas y las recomendaciones iban cambiando. Aparentemente, más de cuatro millones de personas residentes en el Reino Unido no consideran que el inglés sea su primera lengua, y alrededor de ochocientas sesenta mil no lo hablan o lo hablan muy poco.
Así pues, la divulgación de contenidos relacionados con la COVID-19, en formato escrito y audiovisual, en diversas lenguas, con el fin de que sea lo suficientemente accesible como para garantizar la seguridad de toda la población, no es, ni de lejos, una tarea tan rápida y sencilla como se podría pensar. El reto en términos de localización al que se enfrentan las empresas se agrava aún más cuando estas cuentan con oficinas repartidas por todo el planeta. Para las oficinas locales no es fácil estar al día de la normativa corporativa estándar y cumplir las recomendaciones de sus gobiernos locales. Y aún les resulta más complicado hacerlo con diligencia, pues todo cambia con suma rapidez, y la información tiene que actualizarse de forma constante y con cuidado. Con las investigaciones que se están llevando a cabo en los distintos países sucede lo mismo. Su puesta en común podría marcar la diferencia, o posibilitar una reacción más rápida, ante la crisis si el público al que están dirigidas las comprende.
Algunas organizaciones han hecho grandes contribuciones en el intercambio de prácticas seguras a escala internacional. Translators Without Borders y su glosario multilingüe sobre la COVID-19 son un buen ejemplo. La localización desempeña una función esencial para mantener la coherencia y la calidad de los mensajes de salud pública y para que sean comprensibles, con el fin de ayudar a luchar contra la pandemia, algo que ciertamente no se puede lograr con un simple planteamiento basado en «traducir del/al inglés». Se publica material multimedia nuevo sobre la COVID-19 todos los días porque su inmediatez puede acelerar el intercambio de información relevante. Sin embargo, también puede ser otro motivo de preocupación si uno no es un experto de la tecnología y no sabe qué hacer con los vídeos y las locuciones que hay que localizar.
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